DUNLOP

  • EL “HÉROE DE FRANCIA” SE ALZÓ CON LA VICTORIA EN LE MANS EN 1950 TRAS SUPERAR VARIAS ADVERSIDADES: AVERÍA MECÁNICA QUE LE COSTÓ LA PÉRDIDA DE SUS 7 VUELTAS DE VENTAJA, COLISIÓN CON UN BÚHO, PARABRISAS ROTO…
  • ES LA PRIMERA DE LAS 10 HISTORIAS INSPIRADORAS QUE FORMAN LA PRESELECCIÓN DE LA NUEVA CAMPAÑA DE DUNLOP: GREAT FIGHTBACKS
  • LOS FANS DEL MOTOR DE TODA EUROPA DECIDEN CON SU VOTO CUÁL ES LA MEJOR HAZAÑA MÁS GRANDE DE LA HISTORIA DEL MOTORSPORT

Madrid, 28 de enero de 2016.- La campaña Great Fightbacks de Dunlop revela las 10 hazañas más grandes de la historia del motorsport donde los pilotos protagonistas demuestran perseverancia, determinación y compromiso para volver a la cima.

Los fans del deporte de motor de toda Europa tienen la oportunidad de votar su historia favorita en este enlace desde el 21 de enero de 2016 hasta el 29 de febrero. Además, podrán opinar y debatir en redes sociales a través del hashtag #GreatFightBacks. Durante las próximas semanas, Dunlop irá desvelando las diez historias por orden cronológico y animará a los aficionados del deporte de motor a que elijan cuál es su historia de superación favorita.

A continuación el relato de la hazaña de Louis Rosier contada por Paul Fearnley:

Rosier, el héroe de Francia

24 horas de Le Mans (1950)

Nadie sabe a ciencia cierta qué tanto por ciento de gloria correspondió al padre y cuanto al hijo, lo único que realmente quedó claro es que fue un triunfo de la resistencia y la constancia de un único hombre.

La combinación formada por coche y piloto era lo suficientemente veloz y fiable para aguantar el empuje de los modelos más novedosos. La experiencia obtenida en tiempos de guerra, unida a la capacidad de austeridad conseguida en época de paz, le convirtieron en un símbolo (pasado, presente y futuro) para Francia.

Louis Rosier era el dueño de un concesionario Renault de cierto éxito en la zona de Clermont-Ferrand. Poseía una mentalidad de acero forjada en su lucha junto a la resistencia, que le sirvió de gran ayuda a la hora de viajar a través de Europa para liberar a su esposa y su hija de un campo de concentración.

La compra de un Talbot en el año 1946 supuso un nuevo amanecer para él (a pesar de lo anticuado de su tecnología, el hecho de haber pilotado uno en Le Mans en 1938 había sido uno de los recuerdos en los que más se apoyó durante la guerra).  Con una apariencia comprensiblemente mayor que la que merecían sus 40 años de edad, su época más temeraria (pilotaba Harleys estropeadas a través de senderos montañosos de grava en su juventud) hacía tiempo que había quedado atrás. Conocía sus límites y conducía acorde a los mismos: los kilómetros por litro se habían convertido en algo tanto o más importante que los kilómetros por hora. 

Su meticuloso estilo no solo le hizo campeón en varias ocasiones, sino que cambió el curso de la competición. Su inesperada victoria sin parar a repostar en el Gran Premio de Bélgica de 1949, hizo plantearse a Ferrari si su turbocompresor era un derroche de fuerzas. Sin embargo, el Gran Premio de Le Mans de 1950 iba a ser diferente.

Rosier no tenía ninguna intención de ser la liebre, pero tampoco podía jugar a ser la tortuga. Su controvertida participación fue con un coche equipado con unos alerones relativamente escasos, un puñado de faros y una denominación “Grand Sport”. Su Talbot-Lago parecía un tractor viejo comparado con los flamantes V12 de altas revoluciones de Ferrari, pero sus más de 200 caballos le convertían en favorito incluso antes de la salida. Esta vez, Rosier estaba en el punto de mira.

Su incontrolable compatriota Raymon Sommer (su carrera era la antítesis de la de Rosier a pesar de ser un año más joven) marcaba el ritmo en el Ferrari 195S Berlinetta que copilotaba con el as del motociclismo “Dorino” Serafini. Pero el Talbot-Lago equipado con neumáticos Dunlop, después de una lenta escapada, escaló posiciones durante el caótico y supuestamente programado pit stop de sus principales rivales.

Empujando y cada vez más alejado, Rosier parecía inamovible, solo y acompañado únicamente de sus pensamientos, mientras su copiloto permanecía inquieto en el box, preguntándose cuándo o incluso si llegaría en algún momento su oportunidad.

Louis Rosier Jr. (llamado en ocasiones Jean-Louis en un intento de evitar la confusión) había sido nombrado compañero de equipo de su padre en 1949, pero un sobrecalentamiento causado por la rotura de una correa del ventilador le hizo abandonar después de 21 vueltas. La aportación del joven de 25 años en 1950 es algo que, debido a la destrucción de los documentos oficiales de la época y a las versiones contradictorias de los medios especializados contemporáneos, sigue llevándose a debate.

La discordancia aparecía incluso en el seno familiar. El hijo reclamaba un período de 3 horas, con 2 vueltas adicionales durante la hora 13 para permitir a su padre recuperar fuerzas, después de 45 minutos malgastados reemplazando un eje del balancín roto. Él decía que toda la confusión fue causada por el hecho de compartir nombre y por el sistema de megafonía. Esta versión de los hechos fue reafirmada por su madre, que no consideraba a su marido lo suficientemente capacitado para conducir durante 23 horas y media seguidas.

El padre, sin embargo, insistía en que la cuota de Junior no era mayor de 30 minutos, los más incómodos para él de toda la carrera. Satisfecho con permitirle copilotar (en 1949 lograron la victoria en Monte con un Renault 4CV), Senior nunca tuvo ningún reparo en tirar de rango y comentar la peligrosa inexperiencia de su descendencia en la materia. “Es demasiado lento, si sigue así se va a acabar matando”. Que Junior volviera a conducir un 4CV en 1951, mientras que su padre compartía un Talbot-Lago con nada más y nada menos que Juan Manuel Fangio, lo decía todo.

Rosier era un experimentado mecánico, con tanta habilidad con los reglajes y con una consistencia tan precisa al volante que enfureció a sus rivales y desgastó a partes iguales sus ánimos y su mecánica. ¿Resultado? Los 5 Ferrari presentes en 1950 en Le Mans se retiraron.

Su actuación tuvo de todo: logró el primer record de vuelta en La Sarthe a más de 160 kilómetros por hora y durante la noche chocó con un búho, lo que le ocasionó la rotura del parabrisas y sus gafas, además de múltiples cortes en la cara. Y después de una avería mecánica que le costó la pérdida de sus 7 vueltas de ventaja, se pasó las siguientes 4 horas recuperando su liderato, con una multitud que gritaba enfervorecida con cada vuelta.

Su valiente hazaña hizo de Rosier un héroe y, después del mortal accidente de Sommer en septiembre de ese mismo año, se convirtió en el mejor piloto de Francia. No obstante, sabía reconocer sus límites y su lugar. Su equipo marcó el origen de una nueva generación de talento francés y se convirtió en la cara visible de una campaña para crear un circuito en Clermont-Ferrand, un circuito que, por desgracia, sería nombrado en su memoria y en su honor.

La muerte de Rosier en Octubre de 1956, tres semanas después de sufrir un accidente a los mandos de un Ferrari 750 Monza en Motlhéry, fue llorada por todo el país. Para Francia, Le Mans es su competición más importante y la suya fue la mayor exhibición de fortaleza jamás vista sobre su pista.

Fuente: Dunlop

Fotografía: Dunlop

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