- NADA MEJOR QUE VIAJAR POR ZONAS DESCONOCIDAS PARA DISFRUTAR DE LA COMBINACIÓN PERFECTA ENTRE AVENTURA Y TRANQUILIDAD
- A BORDO DE UN PORSCHE 356 DESCUBRIMOS LA ATRACCIÓN DEL HORIZONTE, EL RITMO POÉTICO Y LA AUTORREALIZACIÓN
- PARA ENCONTRARSE, PRIMERO HAY QUE PERDERSE
11.1.2022.- Antes de empezar el viaje controlamos las presiones de los neumáticos y hacemos algunos ajustes de última hora al coche, aunque nuestras cabezas ya empiezan a dar rienda suelta a la imaginación. De repente, un fuerte y desagradable sonido nos devuelve a la realidad. ¡Bang! Un niño de diez años estaba inflando una rueda de su bicicleta cuando terminó por estallar. A pesar del zumbido de oídos, no podemos evitar reírnos, pero pronto dejamos de hacerlo cuando notamos que las lágrimas corren por las mejillas del pequeño. “Acababa de estrenar la cámara de aire”, solloza inconsolable. Queda claro que tenemos que ayudarle y, mientras compramos una nueva cámara, hablamos con el dueño de la tienda de bicis sobre nuestro próximo viaje. “Pero esa no es una casa rodante”, comenta asombrado, cuando se entera de la envergadura de nuestra aventura
“Nic, ¿cuál es el plan?”, me pregunta Desmond cuando le recojo por la mañana en un Porsche 356 B Super 90 Coupé. Lo cierto es que realmente no hay ninguno, prefiero dejarme llevar por el poder de atracción del horizonte. Lo único que tengo en mente es acampar en la meseta semidesértica de El Karoo (Sudáfrica), hacer una foto en una pequeña colina llamada Koppie para un proyecto fotográfico y llevar mi Porsche 356 de 1963 hasta un taller que hay en una pequeña ciudad para realizar el mantenimiento necesario. Esto es lo único que hay escrito en la agenda del viaje.
Cuando apenas tenía diez años, mi padre, que era un auténtico aventurero, compró el 356 del que estoy hablando. Aún recuerdo varios viajes que hicimos en aquel deportivo que resultó ser un vehículo perfecto para el uso diario. Treinta años y un proyecto de restauración después, mi relación con el coche es cada día más estrecha. Generalmente, el Porsche suele estar aparcado en un garaje de Ciudad del Cabo, mientras yo me muevo en bicicleta en mis desplazamientos cotidianos. Sin embargo, cada pocos meses, despierto su motor bóxer y me embarco en un viaje especial, en ocasiones de más de 1.000 kilómetros. He llegado a ir de acampada con él e incluso he llevado dos bicis sobre su techo.
El semidesierto de El Karoo
Conduciendo hacia El Karoo, una amplia superficie semidesértica situada en las altas llanuras de Sudáfrica a 500 kilómetros al noreste de la capital, Desmond y yo pasamos por un pequeño incendio forestal. El fuerte viento parece que podría avivar las llamas y convertirlo en un desastre, así que decidimos actuar. Tal y como lo hizo una vez mi padre, saltamos del Porsche y apagamos las llamas con nuestras propias pisadas. Más tarde, tras proseguir la marcha, caigo en la cuenta de que llevaba un extintor en el coche.
Desmond, que trabaja como fotógrafo profesional de automóviles, repite incesantemente lo unido que se siente al 356, incluso desde el asiento del pasajero. “Es algo parecido a rodar en una moto; el coche y yo somos uno”, dice. Viajar en este Porsche con su motor bóxer de cuatro cilindros nos hace sentirnos más cerca de la carretera que nunca. Es una experiencia memorable en la que el viento de frente siempre acompaña. De todos los coches que he conducido en rutas similares, este clásico es seguramente el más especial. El Porsche 356 es una obra de arte sobre ruedas que llama la atención y despierta sonrisas allá por donde va.
A medida que el sol comienza a ponerse buscamos el lugar perfecto para acampar en El Karoo. Hay muchas vallas y terrenos privados que nos obligan a desviarnos y probar suerte en otras direcciones. Tras mucho buscar, parece que no hay ningún lugar en el que podamos pasar la noche, especialmente si queremos encender una hoguera. Además, el tiempo empeora por momentos. Al pasar por una granja, un pick-up se detiene a nuestro lado. En su interior, el hijo del granjero apunta: “No se puede conducir por aquí sin preguntarle al jefe”. Jan du Plessis, su padre, también conocido como “el jefe», no es muy hablador. Desmond señala unos grandes árboles protectores que hay cercanos al barranco que colinda con la casa, a lo que Jan responde: “Si no le tienes miedo al cementerio, no dudes en pasar allí la noche”.
Una hoguera entre un Porsche 356 y un cementerio
Hace viento y frío. Intentamos encontrar protección entre el 356 y el muro bajo del cementerio. Un poco de cordero, setas y boniatos cocinados directamente al fuego nos hacen sentir mejor. El fuerte viento se lleva las chispas lejos, así que debemos aseguramos de que las últimas brasas se hayan apagado antes de retirarnos a nuestras tiendas.
La peculiar voz de Jan du Plessis nos despierta a la mañana siguiente. Está de pie junto a una de las tumbas con un ramo de flores en la mano. “Ayer fue el cumpleaños de mi madre. Ella habría cumplido 90 años”, dice. Aprovechamos el momento para preguntarle cómo es la vida lejos de la civilización. “Vivir aquí es difícil, pero me gusta. Ya no me imagino en otro lugar”, y agrega que seremos bienvenidos si volvemos a su casa. “Pero venid con más tiempo la próxima vez y así podré enseñaros un lugar cercano en el que hay caballos salvajes”.
En los últimos años he confiado las reparaciones del 356 a Arno van Wyk. Me gusta llamar a su taller el “santuario de la refrigeración por aire”. Andreno Motors, un negocio familiar, se fundó hace más de 60 años y sus instalaciones están decoradas con grandes imágenes de coches clásicos de rallyes. También albergan una colección única de vehículos con motor refrigerado por aire, incluido un prototipo de Volkswagen Beetle de 1954 que apenas ha recorrido 36.000 kilómetros. “Una pieza única”, dice Arno. Aunque se trate de un simple cambio de aceite y filtro, merece la pena confiar en la experiencia de Arno.
Un trabajo con ritmo poético
Son muchos los años que Arno lleva dedicándose al oficio de mecánico y se puede decir que su trabajo tiene un ritmo casi poético. Si de él dependiera, un motor en buen estado podría funcionar eternamente. En una pared del taller se exhiben varias piezas mecánicas en mal estado. Sobre ellas figura el siguiente texto: “¿Componentes rotos? Nosotros los arreglamos”. Arno está convencido de que cada defecto se debe a fallos humanos y no de la máquina. Un cambio de aceite que no se hizo en el momento adecuado, un exceso de revoluciones en un motor frío…
Tras tomar una taza de té con Arno y su esposa y escuchar muchas historias sobre rallyes, echamos un vistazo a los motores en los que está trabajando actualmente. Me entristece pensar que el hijo de Arno no dará continuidad al negocio familiar, dado que prefiere trabajar en algo más rentable. Me pregunto quién le hará el mantenimiento al Porsche 356 dentro de 20 años.
Después de haber hecho las fotos necesarias para mi proyecto, emprendemos el viaje de regreso a casa. Miro hacia atrás y pienso en los momentos menos agradables, como cuando uno no sabe dónde va a montar el campamento antes de anochecer, pero también en cuánto vale la pena cruzarse con gente desconocida de mente abierta. Y entonces llego a la conclusión de que para poder encontrarte primero debes perderte. Hasta pronto, Jan. Estoy deseando volver para ver los caballos salvajes.
Artículo publicado en el número 20 de Porsche Klassik Magazine.
Fuente: Nic Grobler
Fotografías: Desmond Louw