ABANDONA UCRANIA PARA ADENTRARSE EN RUSIA

2 de abril de 2012. “Journey of Discovery”, la aventura de Land Rover con la que se recorrerán 12900 km desde Birmingham a Pekín, nos revela cada semana las más exclusivas historias vividas. Con esta aventura Land Rover trata de conseguir un millón de libras para la Federación de Sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.

Esta semana, el Journey of Discovery da literalmente un giro de ciento ochenta grados pasando de lo diminuto a lo inmenso. La compleja y elaborada maqueta de una embarcación de tan solo tres milímetros y medio de tamaño que visitamos la pasada semana se perdió irremediablemente en el inmenso refugio submarino que fue una de las paradas siguientes del Journey of Discovery. Instalada en la ciudad portuaria de Balaklava, en Ucrania, esta base de submarinos de la Marina Soviética en el Mar Negro, clasificada en su momento de alto secreto, constituye un impresionante recordatorio de la Guerra Fría.

Preparado para resistir un ataque nuclear directo y albergar a 3.000 personas durante un mes, este refugio nuclear submarino, situado en la costa de Crimen, desempeña hoy la función de museo. Los Land Rover del Journey of Discovery obtuvieron un permiso especial para adentrarse en el interior de la base. Iluminando los oscuros y tenebrosos túneles con sus potentes faros, los vehículos Land Rover recorrieron las instalaciones que una vez alojaron submarinos de nada menos que 91 metros de eslora cuya potencia ofensiva podría haber cambiado el mundo.

Por último, se llegó al epicentro de esta guarida subterránea: la sala en la que se almacenaban los misiles montados. Ahora parece inofensiva pero imaginar que este lugar alojó 50 cabezas nucleares pone, ciertamente, los pelos de punta.

Y como insólito toque final, el guía les mostró un sencillo accesorio de plástico, similar a una pequeña luz de patio, fijado a la pared de la sala, que sujeta un único cabello humano. Este sencillo dispositivo permitía controlar la humedad de la sala, que había de ser del sesenta por ciento en todo momento ya que de lo contrario podría producirse una explosión lo suficientemente potente como para destruir la totalidad de la base, por no mencionar la montaña que la alberga y gran parte del terreno circundante. Si el pelo comenzaba a curvarse era señal de que había que ajustar la ventilación, lo que los ingenieros hacían de inmediato.

Salir nuevamente a la luz del sol de la Bahía de Balaklava fue casi tan extraordinario como la conducción subterránea pero, esta vez, por razones muy diferentes.

La bahía que antaño ocupó la flota de la Armada soviética, está repleta hoy de relucientes y selectos yates procedentes de todos los puertos del mundo y, al borde del agua, en lugar del movimiento furtivo de los submarinos, grupos de vecinos se agolpan disfrutando de la pesca y charlando mientras saborean unas cervezas.

Borrada del mapa en 1957, la ciudad regresó al mundo en 1992. Cuesta trabajo creer que ese lugar haya existido alguna vez. Que el Journey of Discovery pueda acceder libremente a esta increíble reliquia, uno de los secretos mejor guardados de la Guerra Fría, es un claro indicador de que los tiempos han cambiado.

Esto también es obvio en la Bahía de Balaklava donde el lugar que antaño ocupó la siniestra flota de submarinos está hoy repleto de relucientes y selectos yates procedentes de todos los puertos del mundo.

Tras abandonar la base subterránea, el Journey of Discovery se dirigió hacia Tula.  Para conocer más de la historia del automóvil ruso, recorrieron un largo camino de acceso repleto de baches y cubierto por una profunda capa de nieve. Pero esto no es problema para los Discovery. Al final de la ruta les esperaba una colección única de coches propiedad de Nikhail Krasinets. Nada menos que 300 vehículos soviéticos, en una muestra que abarca desde el utilitario Moskvich 1500, vedado a los pocos afortunados que podían costearse un coche particular, a un Gaz Chaika de 1961, reservado a los más altos dignatarios del partido comunista.

La colección de Krasinets, ex piloto de pruebas de una factoría rusa y, en particular, del  Mosckvich, tal vez  no posea la calidad requerida para ser expuesta en un museo, pero constituye una interesante visión del automovilismo soviético cuyas austeras máquinas se encuentran a años luz del confort, refinamiento y aptitudes del Discovery. Un confort y  unas aptitudes que el equipo que participa en el Journey of Discovery aprecia notablemente al abandonar los terrenos más difíciles para regresar al asfalto.

Por ultimo no se podía pasar por alto una visita al almacén en el que se guardaban los componentes radioactivos del arsenal. Ahora vacío, su impresionante puerta enrollable de acero permanece entreabierta, tal y como la dejaron las autoridades soviéticas tras retirar la carga letal que una vez alojaron estas paredes.

Texto por: Clásicos al Volante.

Fotografías: Land Rover.

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